Un metaverso debe ser esto:
un caos de versos y de libros,
aderezados de ceniza,
en una mesa de escritorio
frente a la pantalla
inundada de silencio.
En este infinito pequeño
metaverso
el tiempo es el único bitcoin
y mis gafas de miope
multiplican, en cada rincón,
la tridimensionalidad
de tu recuerdo.
Mis manos, como siempre,
ansiosas de tus labios
adquieren ilimitadas parcelas
para cimentar un nuevo paisaje
donde mis besos te noten,
aunque agote en borrachera
el eco de mis ambiciosas
monedas encriptadas.
Un metaverso debe ser esto:
un espacio (propio y secreto)
donde seguir viviendo en ti
por muy lejos que estés.
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