Un nunca abofetea mis neuronas
y se entreteje en mis inoperantes axones
impidiendo cualquier tipo de sinapsis.
Un nunca, reiterado y fatalista,
suprime el riego en mis humeantes alvéolos
asentados en un cuerpo que sueña respirar.
Un nunca ennegrecido en sus poderes
amordaza mis dos manos a la silla
y estrangula en mis piernas su vocación andante.
Nunca es una palabra tragicómica:
el todo y la nada, la vida y la muerte,
es el más determinante fin.
Después de un nunca, un silencio
y… nada más,
sólo cabe emborronar otra historia
despertando la esperanza fugaz en un simple
Todavía