Tras una pared
se susurra un poema de amor
y un desvelo,
otra reverbera el canto monocorde
de un infante pletórico de hambre
y destemplanza.
Un muro, más allá, lejos, silencia
ansiedades hostiles
y una enfermedad en vigilia.
Amor y desamor se entretejen
al fondo a la derecha de un pasillo
calmo y sombrío en la entreplanta.
Nace una mañana cotidiana
en un barrio más de una periferia
contenida y desbordada,
una periferia ajena al latir de los campos
y las playas.
Arranca un día blanco,
repleto de citas agobiantes,
de presiones silentes,
de sueños adormecidos
en exigencias del presente,
de vidas que combaten hoy
la guadaña de las horas.
Cada nueva pared que golpea mi retina
resume un pulso distinto de vidas similares,
que nacen, crecen, se reproducen
y mueren…
oyendo indiferentes el latir de las sombras.
Carente de otra música
escucho ahora el silencio,
de una ciudad dormitorio
vacía en la mañana,
los trenes ya partieron,
se silenciaron los atascos
y el eco de los niños se refugia
en colegios alejados.
Late este Madrid su vuelta a los septiembres,
a la rutina dolosa,
a las noches rotas ante el ruido
omnipotente del despertador.
y palpito yo mi otoño en este espacio
donde un cuerpo sin ser rompe el reposo,
avanzando a trompicones
en busca de ese yo
de miedos, de locuras y ansiedades,
que pasa inadvertido en un entorno,
demasiado estridente,
para este cuerpo roto.