Creí que el viento curaría las heridas
y disiparía el miedo.
Creí que desaparecería este torrente
de angustías sin respuesta,
de estúpidas duermevelas,
donde sólo avanza el tiempo
pero no se acalla el descocierto
de ser constantemente lo que somos,
nada más o nada menos.
Creo que confié demasiado en el viento
y el espacio extraño donde habito
crece, desprovisto de mi cuerpo.
La noche establece su ritmo,
la poesía no es más que el recuerdo
de lo que en otro día fuímos
y nos crecen los anhelos
que se condensan
enturbiándose en verdes,
no en gris, ni en azul, ni en negro…
Se solidifican en verdes
porque verdes son los anhelos
de quien quiso hacer palabras
sus esperanzas en el viento.