La pantalla,
febril en actividad y ritmo,
me expone a un mundo
que no entiendo.
Tecleo un sueño
y me venden un producto.
Me codifican,
me catalogan,
me abstraen en números
y me definen.
Hoy las guerras
se declaran por Twitter
y nos maquillamos
para grabarnos a solas,
en el silencio de un corazón vacío
que quiere creerse
como se muestra.
Nos desdoblamos
y un yo público retahíla experiencias
más filmadas que vividas.
Sentimos en la luz del teclado
y nos recreamos en creer
que sabemos quiénes somos.
Mientras
un mundo sin valores involuciona
y lo que creímos eterno
se distorsiona,
en la frenética rapidez
de una nueva entrada.
Lo reflexivo es caduco
y la premura compartida del hoy
nos limitará el mañana.