Nunca me enseñaste a olvidarte
aunque en tus manos descubrí
hasta como susurra el viento.
No me preparaste
para el vacío,
para el silencio,
para el olvido.
No me explicaste
como se contiene el amarillo
cuando tizna de tedio
los adagios.
No, no me enseñaste a olvidarte,
y cuando el sol desangra
en rojos atardeceres
su partida,
el pulso se esfuma
entre mis manos.
El silencio te dibuja
en la nostalgia
de quien soy,
navegando
en mis errores.