Deje la pluma a un lado
cuando comencé a sentirme enferma
… y me dejé caer…
topé contra el suelo y esperé el rebote,
pero tardó en llegar.
El suelo es cómodo y tranquilo, relaja la angustia,
no hay más amenazas de caídas.
Un día, pese a todo,
volvieron los verdes
y las imágenes renacieron
en mi maltrecho cerebro.
Busqué la pluma
y abracé el papel,
pero los verdes sólo eran grises
y me paralizó la angustia,
Volví a dejarme caer.
Hoy escribo sin dominio,
he perdido la costumbre,
topo con una torpeza infinita
en lo que creí intocable…
Pero al menos escribo
y vuelvo a comprobar que la pluma es más mía
que esta remaldita enfermedad.