Como todos ya sabéis
yo convivo con un calvo,
un calvo pestilente y feo
que me hace sufrir a diario.
Cada mañana despierto,
desperezo mis encantos
y antes de darme ni cuenta
ya me sujeta pies y brazos.
Multiplicando mil insultos
al rato por fin levanto
y entre empujones y gritos
me da la bienvenida el calvo.
Cuando ya llegan las once
solemos firmar un pacto:
él siempre estará presente
y yo procuraré ignorarlo.
Según transcurren las horas
se ríe de mi a diario,
mas yo me pongo cabezona
y así lo vamos llevando.
Algunos días me vence
regalándome dolores
tan constantes y estridentes
que me dejo ir en sus manos.
Otro días, sin embargo,
me río de su constancia
y aunque venga con reproches
yo puedo vivir un rato.
Cada noche al acostarme
casi lo tengo domado
pero entre risas susurra:
mañana te estaré esperando.
Acaba pues esta copla
de otro día con el calvo:
que sí bien asfixia mi vida,
todavía no me ha ganado.