Una mano, ajena a mí,
se posa sobre el libro que estoy leyendo.
La mano es mía, pero es extraña,
no responde a un movimiento racional
y en cambio interactúa con las palabras
que, desdobladas, hacen que pierda sentido
mi esfuerzo de lectura.
Me pregunto qué me hace ser yo misma:
la mano rebelde,
las palabras fluyentes,
o esa sensación de mí
que pretende controlar mis emociones.
¿Soportará mi cuerpo este alma?
¿O la dualidad de mensajes
me hará rebotar contra el suelo
sin saber quién soy?
Mañana será mejor día,
quizás no,
pero al menos debo confiar en que mañana
estaré más próxima a rencontrarme tranquila
entre un cuerpo estridente
y un yo errante.